El hombre,
desde principios del mundo,
Navega en el tiempo.
Pero vemos sólo el barco y la niebla que viste un paisaje sin mar.
Nuestros ojos son un farol
que alumbra
modestamente
nuestro paso.
Nuestros cantos nos guían en la oscuridad.
Ocupamos nuestro tiempo en el timón,
en nuestros congéneres,
en nuestros placeres mundanos.
Pero existen llaves.
Muchas llaves
parecen abrir puertas
que comunican
directamente al mar.
Las olas del tiempo arrastran a aquel que se atreva a naufragar en ellas.
El piso se transforma
y palpita en vida.
Los colores hacen alarde
de su viva claridad.
Mis ojos son cristal,
a punto de estallar;
mi corazón comienza a ver
la realidad de los sueños.
Un niño se asusta
y decide
jugar
tranquilamente
en la orilla de ese abismo.
Decide esperar
y crecer un poco más.
Preocupados por el barco,
y nuestra continuidad en este mundo,
navegamos por el tiempo,
sin rumbo.
A veces creemos saberlo todo,
pues creemos que el secreto
se encuentra en el timón.
Pero el secreto del mar es que no tiene secretos;
aguarda, expectante nuestra llegada.
El mar es un mundo lleno de vida.