domingo, 13 de septiembre de 2009

Primer encuentro con lo sagrado (DMT).


Empecé a ver imágenes y psicodelia, formas geométricas al cerrar los ojos. La mujer de mi costado vomitaba, y hacía ruidos de dolor, estaba en un viaje muy intenso. A lo lejos se escuchaban gritos orgásmicos de otra mujer. Otro hombre se reía. De hecho fue frecuente la risa en la noche, risa que se contagió entre muchos varias veces. También se escucharon frecuentemente llantos, o gente cantar lo mismo o algo diferente a lo que cantaban nuestros guías. Yo mientras tanto mantenía mi compostura, y disfrutaba del viaje, aunque poco a poco iba haciendose mas intenso y complicado. Tomaba agua para no deshidratarme y en un momento empecé a sentir frío, por lo que me puse el buzo. Pensaba en que a mi no me iba a pasar, que yo no estaba como ellos, que no podía estarlo, que no quería tampoco.

Cuesta pensar en la línea de sucesos a partir de acá. Sé que me sentí totalmente desbordado por la experiencia; sentía como si algo tirara de mi cuerpo, como que si me dormía iba a realizar un viaje despersonalizante que no quería realizar. Era confrontar con el caos, con la heterogeneidad del flujo vital, sentía que tenía que abandonar el mundo humano para ello, y no estaba dispuesto a hacerlo.

Tenía miedo, mucho miedo. Me sentía un niño desprotegido jugando en la orilla de un mar intenso, poderoso, abracante. Me decía a mí mismo que no, a través de imperativos: que no, que no debía, que no podía, que no estaba preparado. Me prometí a mi mismo no hacerlo y lo repetía una y otra vez, terriblemente asustado. Me concentraba en el espacio sagrado que se desplegaba alrededor mío, y que todavía era de este mundo. Lo miraba con los ojos bien abiertos, cosa de permanecer allí. Me sentía un niño. Estaba contento porque estaba en ese lugar tan fascinante, pero también muy asustado por el que no me sacaran de allí, a ese reino de lo no humano. Pedía por favor que no lo hicieran, que no estaba preparado. Sentía como que eso que bajó a esa sala, fuera lo que fuera, me brindaba ese espacio como una madre que habilita a su hijo a jugar en ciertos lugares. Pero también era como cuando si me incitara a ir más allá, a caminar; yo me negaba aterrorizado, y esta especie de madre, aunque me “tironeaba del buzo”, parecía respetar mis miedos y mi decisión de no ir.

De todas maneras la tensión siguió estando, como si en cualquier momento pudiera ser arrancado bruscamente de allí. Estaba a merced del azar, o bien de los designios de algo superior. En tanto, la mujer de mi izquierda seguía vomitando y llorando. Pero, en un momento, por el rabillo del ojo vi a otra mujer que se daba vuelta y me miraba sonriendo. En un principio pensé que podía tener malas intenciones y querer llevarme, pero no, no era así. Todo el “lugar” me sonreía como ella en ese imperceptible momento; me incitaban a viajar con ellos, pero respetaban mi decisión.

Como un niño sonreía; estaba demasiado asustado. Mientras, seguía jugando en ese espacio sublime y bello.