Francois Jacob nace en 1920, en Francia y se recibe de médico en 1950, en forma interrumpida debido a la ocupación alemana de la Segunda Guerra. Trabajó en el Instituto Pasteur y, en 1965 recibe junto a Jaques Monoud y André Lwoff el premio nobel en Fisiología o Medicina por sus descubrimientos en regulaciones enzimáticas a nivel celular. Poseriormente y siguiendo -y a la vez tomando distancia- de Monoud y su best-seller “El Azar y la necesidad” decide escribir sobre la historia de la biología.
“La lógica de lo Viviente” es un libro excelente, que nos lleva de paseo por la historia de la biología, principalmente de la herencia, y su relación con la secularización de las creencias religiosas a través del pensamiento científico. Es un libro muy interesante, pues es capaz de realizar el viaje histórico de la constitución del pensamiento científico sin la necesidad de apelar al mito emancipatorio –al decir de Lyotard-, o bien sin la necesidad de entronar al pensamiento científico, tal y como lo hizo su colega Jaques Monoud, en “Azar y necesidad”. De allí que pueda percibirse en el libro una cierta influencia Foucaultiana, que amalgamada a sus conocimientos científicos y a una importante reconstrucción histórica del pensamiento científico, nos lleva a un excelente y profundo análisis de nuestra propia concepción de la vida y el mundo.
A finales del siglo XVI los seres no se reproducían sino que eran engendrados. Dicho concepto implicaba la intervención de una fuerza divina; los seres seguían un modelo prefijado e invariable de acuerdo a la génesis del mundo. La generación de las cosas respondía al juego de semejanzas de la naturaleza; un ser vivo no tenía historia propia, sino que era parte de la cadena secreta que unía todos los objetos del mundo. A su vez, lenguaje y mundo eran una misma cosa: todo signo era natural; si bien enigmático, éste no era arbitrario. En ese mundo de piezas tejidas por las similitudes, lenguaje y signo eran inscripción divina. Si las palabras no mostraban del todo las cualidades del ser es porque su transparencia había sido destruída por castigo de Dios.
La generación podía ser por simientes o espontánea. A través del calor podían engendrarse las cosas semejantes, al igual que el alquimista producía nuevos productos a través de un horno. La perpetuación residía tanto en el liquido seminal (generación por simientes) como en la irradiación solar, que permitía aquello que se denominaba generación espontánea. La carne putrefacta en su hediondo calor producía moscas y larvas; de la materia putrefacta, del fango, de las cloacas, se generan toda clase de seres ruines, como serpientes, murciélagos o insectos. La similitudes se transmitían incluso en aquello que ahora consideraríamos “adquirido”: no sólo los accidentes anatómicos podían transmitirse de persona a persona, sino también pensamientos, imaginación y sueños. Y en este juego de semejanzas que trasciende nuestras clasificaciones, pueden entonces suceder combinaciones insólitas: animales con cabeza humana, humanos con partes animales. Los monstruos son el producto de este orden de cosas en tanto hay un fallo que se cuela en el orden natural y divino, creación contra natura cuya responsabilidad moral puede adjudicarse al libertinaje de algún alma descarriada o a alguna potencia demoníaca.
Pero con la llegada del pensamiento científico los seres se pensarán bajo el orden y la medida. El método cartesiano expresa esta nueva relación con el saber, en tanto procede por descomponer el problema en sus unidades mínimas y establecer sus relaciones mecánicas. A partir del siglo XVII se desplaza el interés de Dios al conocimiento humano. Lo importante será entonces el acto de conocimiento entre el hombre y la naturaleza, comprender su funcionamiento, hacer que el código humano se acerque lo más posible al código de la naturaleza. Dios es certeza de un no-engaño, pero no de la veracidad del conocimiento que se posee. El signo deja de ser divino y pasa a ser un acto humano; del lado de la naturaleza hay un orden, una armonía a descifrar, por lo que, a diferencia del siglo anterior, no toda combinación es posible. El gran libro de la naturaleza estaría escrito en lenguaje matemático, y el universo será, pariendo de figuras como Galileo, una gran máquina, un gran reloj, conjunto de piezas que se ensamblan como piezas mecánicas de un reloj. Por otro lado las relaciones entre los elementos dejan de vincularse directamente con similitudes y fuerzas divinas; su posibilidad es regida por leyes universales. Surge la química cuando el mundo método mecanicista de la física es incorporado al mundo de las sustancias. Para Lavoisier hay que identificar sustancias simples mediante la experimentación química, para luego investigar sus relaciones según el grado de afinidad y no un principio mágico derivado de la alquimia. Con figuras como Linneo o Buffon surge la historia natural, que tiene por objeto la clasificación de los seres vivos. Se utiliza el “caracter” como forma de nombrar propiedades comunes para su clasificación. Surge el concepto de especie, que adquiere una importancia fundamental dado que ofrece a los naturalistas un criterio apoyado en la realidad. Animales de una misma especie serán a partir de allí aquellos que en su cópula son capaces de procrear cría fértil. La especie es entonces la unidad fundamental de análisis.
Pero a medida que la observación se vuelve más minuciosa, y con la ayuda de lupas y microscopios, aquellos seres que tan fácilmente podían formarse con la combinación de unos pocos elementos, se vuelven de una gran complejidad. La simpleza de la mosca se vuelve extremamente coompleja, dada la infinidad de ojos que pueden observarse en ella. Comienzan a observarse “animálculos” en el agua y en el líquido seminal masculino. Surge la teoría de la preformación, que implica que todo ser vivo surge de algo semejante a él pero minúsculo. El germen, situado en alguna parte del líquido seminal, debe entonces ser una especie de miniatura del adulto desarrollado. Asociada a la preformación estaría la preexistencia: los gérmenes serían anteriores a toda forma de vida, en espera de ser activados. De las observaciones de la regeneración en animales amputados surge el concepto de reproducción, que Buffon generaliza en el sentido actual del término.
Es con la segunda mitad de siglo XVIII que la estructura visible de los cuerpos comienza a adquirir profundidad, y el problema de la vida comienza a abordarse desde las relaciones internas en el seno oculto de los elementos visibles. Maupertuis hablara de “partículas vivientes, y Bufón llamará “moléculas orgánicas” a los componentes constitutivos de los seres vivos, en oposición a la materia inerte. Detrás de la superficie visible de los cuerpos se abstrae una profundidad, una arquitectura compuesta por un conjunto integrado de funciones, un conjunto de órganos. La idea de órgano implica entonces no sólo la de una integración estructural en relación a otros órganos para formar un organismo, sino además una funcionalidad relativa a condiciones exteriores, a lo que Lamarck denominará “circunstancias”. Organización implicaría entonces: 1) una estructura, 2) un conjunto de funciones, y 3) un relacionamiento con un medio exterior a ella. A partir de allí los seres se dividirán definitivamente entre lo orgánico e inorgánico, de manera que, lo vivo será aquello que respira, se nutre y reproduce. Surge el término “biología”, en boca de Lamarck, Treviranus y Oken. Los seres vivos ya no pueden explicarse mediante el modelo mecánico de las ciencias físicas, sino que deben ser estudiados de acuerdo a nuevos conceptos y un lenguaje propio de una disciplina científica nueva. la fuerza de la vida ya no se podrá explicar por las propiedades de las cosas externas, ni por la de una fuerza enigmática de origen divino, sino por una capacidad interior de mantener un orden o armonía. Según Cuvier, en tanto las propiedades de la materia son eternas, las propiedades de un organismo son temporales. El vitalismo como fuerza enigmática en el interior del ser, surge como única respuesta ante este enigma oculto de la vida; la química orgánica estudia las propiedades de aquellas sustancias que son consumidas y transformadas en los procesos vitales.
Por otro lado comienza a desarrollarse la idea de una historia de los seres vivos, una transformación de los organismos con el correr del tiempo. Anteriormente los distintos seres eran formas acabadas desde el principio de los tiempos. En oposición al relato bíblico, al fijismo de Linneo, al catastrofismo de Cuvier, comienza a formularse la idea de una propiedad de transformación intrínseca a la vida. Con Lamarck comienza a concebirse una historia que une y explica las diferencias en los caracteres de las distintas familias de seres vivos. Existe una sucesión de caracteres que se perfeccionan en el correr del tiempo y dan lugar a la diversidad de la vida. Dichas transformaciones nos son imperceptibles dada la duración de las mismas, que se hunde en la profundidad del tiempo. El plan de la naturaleza se perfecciona en una armonía y diálogo entre el organismo y su medio . Con geólogos como Lyell las transformaciones de la tierra se liberan de los cataclismos y pasa a explicarse el pasado en continuidad con el presente. Todos los fenómenos geológicos ocurridos en el pasado tienen su correlato en el presente. Darwin y Wallace romperán la continuidad y predeterminación de las transformaciones biológicas, y el evolucionismo se verá sometido a las discontinuidades de la arbitrariedad de las mutaciones. Al igual que en Lyell, las causas de dichas transformaciones actúan incluso el día de hoy, aunque en tiempos muy prolongados, como en Lamarck. Sin embargo, a partir de aquí se introducen el azar y la contingencia de las poblaciones y sus variaciones, que permanecen o desaparecen de acuerdo al tamaño poblacional y a la influencia selectiva del medio (selección natural). Equilibrio poblacional y lucha por la supervivencia, ambos criterios tomados de la sociología de Malthus, se unirán al criterio de la contingencia de las transformaciones y a la idea de la reproducción como meta por excelencia de los seres vivos. Toda idea de trascendencia se desploma, en tanto la historia de los seres vivos responde al azar de las transformaciones y la selectividad del medio sobre las poblaciones.
En el siglo XIX comienza a indagarse en la profundidad del tejido, buscando detrás del mismo las propiedades vitales, así como las diferencias que los constituyen. Es a través de Oken que empieza a consolidarse la teoría celular, al acercar los organismos grandes a los microscópicos y hablar de un organismo compuesto de un conjunto de animálculos entrelazados y cohesionados en una unidad que los trasciende. Con el desarrollo del poder de resolución del microscopio la célula y sus componentes comienzan a hacerse visibles, así como los fenómenos de fecundación y crecimiento, que terminan conclusivamente con las teorías de la preformación y la epigénesis. Con Schwann la célula se vuelve punto de partida necesario para todo ser vivo, y los organismos una colectividad celular con funciones diferenciadas, con cierto grado de autonomía y cierto grado de dependencia. Por otro lado la embriología explora en el desarrollo individual y las patologías; el monstruo deja de ser producto de una mácula de la falta, o del terror de lo sagrado y pasa a ser consecuencia de malformaciones en el desarrollo embrionario. La reproducción es consecuencia de la división celular, producto de una especie de memoria o movimiento vital que debe de encontrarse en las profundidades del cuerpo celular .
La teoría celular obliga a la herencia a situarse dentro de la unidad célula. La citología comienza a estudiar las partes de la célula, descubriendo la importancia del núcleo, así como la existencia de unas extrañas estructuras denominadas cromosomas, y sus transformaciones en la fecundación entre el óvulo y el espermatozoide. Comenzará la diferenciación entre células germinales y células somáticas, principalmente a través de Weismann. La herencia debe entonces encontrarse en una sustancia particular, y sus variaciones deben estar vinculadas a las leyes estadísticas. Para De Vries las transformaciones operarán por lo que denomina mutaciones, lo que implica una discontinuidad azarosa en la transmisión hereditaria. La obra de Mendel se toma a partir de allí en consideración, y lo que éste denominaba “factor”, Johannsen denominará “gen”, la unidad discreta para el estudio de la herencia, situada en el corazón de la célula, en esas extrañas estructuras denominadas cromosomas. En el núcleo celular se encuentran dos sustancias: las proteínas, y un ácido aislado en el siglo XIX por Miescher, denominado “ácido nucleico”. La travesía se encuentra en encontrar de qué manera la herencia se transmite en ellos, del gen a los caracteres. El concepto de información servirá para explicar de alguna manera cómo la organización se impone como si fuera el demonio invisible de Maxwell, que selecciona las partículas de modo conveniente y establece un orden, escapando de la entropía. En algún lugar la información debe interactuar de tal manera que se produzcan los procesos que derivan en una organización.
El descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick permitirá articular todas estas posibilidades, en tanto código de cuatro caracteres básicos (las bases nucleicas), y en tanto molécula capaz de hacer una copia idéntica a sí misma, dada su estructura de doble hélice. Sin embargo el código debe poseer los instrumentos necesarios para su reproducción, o sea debe asociarse a las condiciones creadas por el cuerpo celular para reproducirse. La reproducción del organismo dependerá entonces de dos códigos acoplados entre sí de forma unívoca: uno que permite almacenar la información en el tiempo, otro que permite organizar la comunicación horizontal entre los componentes del organismo . La permanencia de la reproducción de dicho sistema dependerá de las constricciones del medio y de lo beneficiosas o perjudiciales que puedan ser las variaciones azarosas.
“El mensaje genético sólo puede ser traducido por los productos mismos de su propia traducción. Sin ácidos nucleicos, las proteínas no tienen continuidad. Sin proteínas, los ácidos nucleicos permanecen inertes. ¿Cuál es el huevo y cuál la gallina?”
A finales del siglo XVI los seres no se reproducían sino que eran engendrados. Dicho concepto implicaba la intervención de una fuerza divina; los seres seguían un modelo prefijado e invariable de acuerdo a la génesis del mundo. La generación de las cosas respondía al juego de semejanzas de la naturaleza; un ser vivo no tenía historia propia, sino que era parte de la cadena secreta que unía todos los objetos del mundo. A su vez, lenguaje y mundo eran una misma cosa: todo signo era natural; si bien enigmático, éste no era arbitrario. En ese mundo de piezas tejidas por las similitudes, lenguaje y signo eran inscripción divina. Si las palabras no mostraban del todo las cualidades del ser es porque su transparencia había sido destruída por castigo de Dios.
La generación podía ser por simientes o espontánea. A través del calor podían engendrarse las cosas semejantes, al igual que el alquimista producía nuevos productos a través de un horno. La perpetuación residía tanto en el liquido seminal (generación por simientes) como en la irradiación solar, que permitía aquello que se denominaba generación espontánea. La carne putrefacta en su hediondo calor producía moscas y larvas; de la materia putrefacta, del fango, de las cloacas, se generan toda clase de seres ruines, como serpientes, murciélagos o insectos. La similitudes se transmitían incluso en aquello que ahora consideraríamos “adquirido”: no sólo los accidentes anatómicos podían transmitirse de persona a persona, sino también pensamientos, imaginación y sueños. Y en este juego de semejanzas que trasciende nuestras clasificaciones, pueden entonces suceder combinaciones insólitas: animales con cabeza humana, humanos con partes animales. Los monstruos son el producto de este orden de cosas en tanto hay un fallo que se cuela en el orden natural y divino, creación contra natura cuya responsabilidad moral puede adjudicarse al libertinaje de algún alma descarriada o a alguna potencia demoníaca.
Pero con la llegada del pensamiento científico los seres se pensarán bajo el orden y la medida. El método cartesiano expresa esta nueva relación con el saber, en tanto procede por descomponer el problema en sus unidades mínimas y establecer sus relaciones mecánicas. A partir del siglo XVII se desplaza el interés de Dios al conocimiento humano. Lo importante será entonces el acto de conocimiento entre el hombre y la naturaleza, comprender su funcionamiento, hacer que el código humano se acerque lo más posible al código de la naturaleza. Dios es certeza de un no-engaño, pero no de la veracidad del conocimiento que se posee. El signo deja de ser divino y pasa a ser un acto humano; del lado de la naturaleza hay un orden, una armonía a descifrar, por lo que, a diferencia del siglo anterior, no toda combinación es posible. El gran libro de la naturaleza estaría escrito en lenguaje matemático, y el universo será, pariendo de figuras como Galileo, una gran máquina, un gran reloj, conjunto de piezas que se ensamblan como piezas mecánicas de un reloj. Por otro lado las relaciones entre los elementos dejan de vincularse directamente con similitudes y fuerzas divinas; su posibilidad es regida por leyes universales. Surge la química cuando el mundo método mecanicista de la física es incorporado al mundo de las sustancias. Para Lavoisier hay que identificar sustancias simples mediante la experimentación química, para luego investigar sus relaciones según el grado de afinidad y no un principio mágico derivado de la alquimia. Con figuras como Linneo o Buffon surge la historia natural, que tiene por objeto la clasificación de los seres vivos. Se utiliza el “caracter” como forma de nombrar propiedades comunes para su clasificación. Surge el concepto de especie, que adquiere una importancia fundamental dado que ofrece a los naturalistas un criterio apoyado en la realidad. Animales de una misma especie serán a partir de allí aquellos que en su cópula son capaces de procrear cría fértil. La especie es entonces la unidad fundamental de análisis.
Pero a medida que la observación se vuelve más minuciosa, y con la ayuda de lupas y microscopios, aquellos seres que tan fácilmente podían formarse con la combinación de unos pocos elementos, se vuelven de una gran complejidad. La simpleza de la mosca se vuelve extremamente coompleja, dada la infinidad de ojos que pueden observarse en ella. Comienzan a observarse “animálculos” en el agua y en el líquido seminal masculino. Surge la teoría de la preformación, que implica que todo ser vivo surge de algo semejante a él pero minúsculo. El germen, situado en alguna parte del líquido seminal, debe entonces ser una especie de miniatura del adulto desarrollado. Asociada a la preformación estaría la preexistencia: los gérmenes serían anteriores a toda forma de vida, en espera de ser activados. De las observaciones de la regeneración en animales amputados surge el concepto de reproducción, que Buffon generaliza en el sentido actual del término.
Es con la segunda mitad de siglo XVIII que la estructura visible de los cuerpos comienza a adquirir profundidad, y el problema de la vida comienza a abordarse desde las relaciones internas en el seno oculto de los elementos visibles. Maupertuis hablara de “partículas vivientes, y Bufón llamará “moléculas orgánicas” a los componentes constitutivos de los seres vivos, en oposición a la materia inerte. Detrás de la superficie visible de los cuerpos se abstrae una profundidad, una arquitectura compuesta por un conjunto integrado de funciones, un conjunto de órganos. La idea de órgano implica entonces no sólo la de una integración estructural en relación a otros órganos para formar un organismo, sino además una funcionalidad relativa a condiciones exteriores, a lo que Lamarck denominará “circunstancias”. Organización implicaría entonces: 1) una estructura, 2) un conjunto de funciones, y 3) un relacionamiento con un medio exterior a ella. A partir de allí los seres se dividirán definitivamente entre lo orgánico e inorgánico, de manera que, lo vivo será aquello que respira, se nutre y reproduce. Surge el término “biología”, en boca de Lamarck, Treviranus y Oken. Los seres vivos ya no pueden explicarse mediante el modelo mecánico de las ciencias físicas, sino que deben ser estudiados de acuerdo a nuevos conceptos y un lenguaje propio de una disciplina científica nueva. la fuerza de la vida ya no se podrá explicar por las propiedades de las cosas externas, ni por la de una fuerza enigmática de origen divino, sino por una capacidad interior de mantener un orden o armonía. Según Cuvier, en tanto las propiedades de la materia son eternas, las propiedades de un organismo son temporales. El vitalismo como fuerza enigmática en el interior del ser, surge como única respuesta ante este enigma oculto de la vida; la química orgánica estudia las propiedades de aquellas sustancias que son consumidas y transformadas en los procesos vitales.
Por otro lado comienza a desarrollarse la idea de una historia de los seres vivos, una transformación de los organismos con el correr del tiempo. Anteriormente los distintos seres eran formas acabadas desde el principio de los tiempos. En oposición al relato bíblico, al fijismo de Linneo, al catastrofismo de Cuvier, comienza a formularse la idea de una propiedad de transformación intrínseca a la vida. Con Lamarck comienza a concebirse una historia que une y explica las diferencias en los caracteres de las distintas familias de seres vivos. Existe una sucesión de caracteres que se perfeccionan en el correr del tiempo y dan lugar a la diversidad de la vida. Dichas transformaciones nos son imperceptibles dada la duración de las mismas, que se hunde en la profundidad del tiempo. El plan de la naturaleza se perfecciona en una armonía y diálogo entre el organismo y su medio . Con geólogos como Lyell las transformaciones de la tierra se liberan de los cataclismos y pasa a explicarse el pasado en continuidad con el presente. Todos los fenómenos geológicos ocurridos en el pasado tienen su correlato en el presente. Darwin y Wallace romperán la continuidad y predeterminación de las transformaciones biológicas, y el evolucionismo se verá sometido a las discontinuidades de la arbitrariedad de las mutaciones. Al igual que en Lyell, las causas de dichas transformaciones actúan incluso el día de hoy, aunque en tiempos muy prolongados, como en Lamarck. Sin embargo, a partir de aquí se introducen el azar y la contingencia de las poblaciones y sus variaciones, que permanecen o desaparecen de acuerdo al tamaño poblacional y a la influencia selectiva del medio (selección natural). Equilibrio poblacional y lucha por la supervivencia, ambos criterios tomados de la sociología de Malthus, se unirán al criterio de la contingencia de las transformaciones y a la idea de la reproducción como meta por excelencia de los seres vivos. Toda idea de trascendencia se desploma, en tanto la historia de los seres vivos responde al azar de las transformaciones y la selectividad del medio sobre las poblaciones.
En el siglo XIX comienza a indagarse en la profundidad del tejido, buscando detrás del mismo las propiedades vitales, así como las diferencias que los constituyen. Es a través de Oken que empieza a consolidarse la teoría celular, al acercar los organismos grandes a los microscópicos y hablar de un organismo compuesto de un conjunto de animálculos entrelazados y cohesionados en una unidad que los trasciende. Con el desarrollo del poder de resolución del microscopio la célula y sus componentes comienzan a hacerse visibles, así como los fenómenos de fecundación y crecimiento, que terminan conclusivamente con las teorías de la preformación y la epigénesis. Con Schwann la célula se vuelve punto de partida necesario para todo ser vivo, y los organismos una colectividad celular con funciones diferenciadas, con cierto grado de autonomía y cierto grado de dependencia. Por otro lado la embriología explora en el desarrollo individual y las patologías; el monstruo deja de ser producto de una mácula de la falta, o del terror de lo sagrado y pasa a ser consecuencia de malformaciones en el desarrollo embrionario. La reproducción es consecuencia de la división celular, producto de una especie de memoria o movimiento vital que debe de encontrarse en las profundidades del cuerpo celular .
La teoría celular obliga a la herencia a situarse dentro de la unidad célula. La citología comienza a estudiar las partes de la célula, descubriendo la importancia del núcleo, así como la existencia de unas extrañas estructuras denominadas cromosomas, y sus transformaciones en la fecundación entre el óvulo y el espermatozoide. Comenzará la diferenciación entre células germinales y células somáticas, principalmente a través de Weismann. La herencia debe entonces encontrarse en una sustancia particular, y sus variaciones deben estar vinculadas a las leyes estadísticas. Para De Vries las transformaciones operarán por lo que denomina mutaciones, lo que implica una discontinuidad azarosa en la transmisión hereditaria. La obra de Mendel se toma a partir de allí en consideración, y lo que éste denominaba “factor”, Johannsen denominará “gen”, la unidad discreta para el estudio de la herencia, situada en el corazón de la célula, en esas extrañas estructuras denominadas cromosomas. En el núcleo celular se encuentran dos sustancias: las proteínas, y un ácido aislado en el siglo XIX por Miescher, denominado “ácido nucleico”. La travesía se encuentra en encontrar de qué manera la herencia se transmite en ellos, del gen a los caracteres. El concepto de información servirá para explicar de alguna manera cómo la organización se impone como si fuera el demonio invisible de Maxwell, que selecciona las partículas de modo conveniente y establece un orden, escapando de la entropía. En algún lugar la información debe interactuar de tal manera que se produzcan los procesos que derivan en una organización.
El descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick permitirá articular todas estas posibilidades, en tanto código de cuatro caracteres básicos (las bases nucleicas), y en tanto molécula capaz de hacer una copia idéntica a sí misma, dada su estructura de doble hélice. Sin embargo el código debe poseer los instrumentos necesarios para su reproducción, o sea debe asociarse a las condiciones creadas por el cuerpo celular para reproducirse. La reproducción del organismo dependerá entonces de dos códigos acoplados entre sí de forma unívoca: uno que permite almacenar la información en el tiempo, otro que permite organizar la comunicación horizontal entre los componentes del organismo . La permanencia de la reproducción de dicho sistema dependerá de las constricciones del medio y de lo beneficiosas o perjudiciales que puedan ser las variaciones azarosas.
“El mensaje genético sólo puede ser traducido por los productos mismos de su propia traducción. Sin ácidos nucleicos, las proteínas no tienen continuidad. Sin proteínas, los ácidos nucleicos permanecen inertes. ¿Cuál es el huevo y cuál la gallina?”