Sasori es uno de los tantos personajes interesantes de Naruto Shippuden. Nace en la Aldea Oculta de la Arena, y proviene de una familia cuya tradición es la de construir marionetas que funcionan como armas para la guerra. Este agenciamiento maquínico tecnológico transforma el mismo cuerpo de Sasori pues, aunque el cuerpo de Sasori se oculta en una marioneta (figura der.), con el correr de la trama descubrimos que el mismo cuerpo de Sasori es una marioneta (figura de abajo a la izq.), y lo único que queda de humano en Sasori es un contenedor con el kanji de su nombre, que sobresale de su pecho, y que es capaz de ser trasladado de una marioneta a otra. El gran objetivo es convertirse en marioneta y dejar atrás la mortalidad del cuerpo, la marchitez de la carne. Ser inmortal, artificial, inorgánico.
Su infancia nos traslada a un momento traumático. Los padres de Sasori marchan a luchar por su aldea, pero retornan como muerte desgarradora. Son a partir de allí una eterna ausencia, que se marca como acero candente en las paredes rojas del corazón del pequeño niño. Sasori queda sólo, y el vínculo deseante lo traslada a las marionetas que ahora construye. Es así que crea sus dos primeras marionetas, a imagen y semejanza de sus padres muertos (figuras 3 y 4). Las construye para ser abrazado por ellas, en una recreación imaginaria que le permite recomponer un vínculo ya inexistente. Las marionetas son una especie de objeto transicional winnicottiano, que permiten trasladar y proyectar el espacio materno de protección, amor y juego, y de esa forma elaborar su ausencia. Pero si la ausencia total es un peligro real y no imaginario... ¿Hasta cuando nuestras quimeras han de sostenernos? ¿Hasta cuando sonreiremos a un amor? ¿hasta cuando nuestra sed ha de satisfacerse en las arenosas aguas de un espejismo?
Es entonces que el objeto transicional winnicotiano comienza a fracturarse, a ser cada vez más inconsistente. Y de esas fracturas emerge lo inerte y solitario del objeto real, que no es otra cosa que las secas y frias paredes de un rostro de madera, de unos ojos de vidrio. Algo que no sufre nuestros sufrimientos, que no ama nuestro amor y que no sonríe nuestra alegría. "Es más fácil así" se dice Sasori, es más fácil no sentir, ser una marioneta. La fractura nos permite vislumbrar la profundidad de un pozo. Sucede entonces lo que tanto nos advertía nietzsche: "Si miras dentro del abismo el abismo terminará mirando dentro de ti".
En tanto las imágenes internalizadas podían sostener la correlación marioneta-figuras paternas, Sasori podía mantenerse en el Oikos filial de la aldea. Pero lo abismal inorganico de la marioneta irrumpe en toda su fría desmesura cual mirada monstruosa. Sasori se enfrenta cara a cara con una mirada dionisíaco-monstruosa en tanto naturaleza cruel y desperzonalizante que se manifiesta en el vacío de una vida sin referencias. Se trata de un devenir marioneta de Sasori, que lo arrastra en una línea de fuga hacia su propio nuevo proyecto, hacia su propia convicción delirante: no sentir, desprenderse de aquellos clavos que aguijonan angustiosamente su cuerpo a traves de las figuras parentales, y vencer. Vencer significa no sucumbir ante la mirada plena de la naturaleza magnánime, que se ofrece de forma terrorífica, solitaria, y cuya angustia nos hace bordear -sino caer- en la locura de nuestro propio vacío. Es entonces que luego de este intercambio dionisiaco de miradas terribles Sasori persigue su propia "ballena blanca", y decide abandonar la aldea, y no sólo abandonarla, sino también ser un traidor. Ser un traidor, pues ahora no hay juego narcisista aldeano y sedentario, sólo un devenir nomádico suicida, donde nuestra propia muerte se transforma en un arte de vivir. Pues para Sasori el arte es algo que late en el corazón de la eternidad. Y ser inorgánico, como sus marionetas, es ser eterno, inquebrantable, ser una "cosa en sí".
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