jueves, 13 de octubre de 2011

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Ismael Eduardo Apud Peláez
C.I. 3090.448-4
Montevideo, Uruguay

martes, 1 de junio de 2010

La máquina Nietzsche


“La actualidad de Nietzsche reside en el modo en que piensa, no en el contenido de su pensar sino en el ejercicio mismo del filosofar. Nietzsche es la pasión del pensar, el pensar como pasión. Lo que no quiere decir sólo dolor: la pasión es dolor y gloria. Sin embargo, el momento glorioso no es un trofeo, no se llega a nada. Apenas se toca la imagen que convoca el deseo, se fisura su consistencia, y la grieta aparece, el deseo recomienza. El pensamiento es una máquina de insistencia, se devora a sí misma al tiempo que recompone su carne. Esta máquina es Nietzsche, la máquina filosófica…

…lo que a Nietzsche le enseñaron las dolencias y las enfermedades es que la salud de los hombres diagrama su radiografía mental… saludes varias, distintas, más o menos aliviantes o dolorosas, inestables, sorpresivas… lo que a Nietzsche le importa no es la armonía homeostática de un organismo equilibrado… sino la fecundidad de un cuerpo tambaleante…

El cuerpo y la voz son dos presencias nietzscheanas; sus contornos se resaltan en la medida que la soledad le fue más absoluta. La soledad es la última compañía de Nietzsche, la más duradera y la final. Durante años y en casi todos sus escritos la menciona, la enfrenta y la mira, nos hace saber del alcance de los dolores que provoca, la dignifica y la ensalza…

Nietzsche llegó a las puertas del silencio, se proclamó póstumo, dijo escribir para todos y para nadie, gritó su monólogo para los habitantes del limbo y esculpió su imagen con soplos pensantes”.

Tomás Abraham, El último oficio de nietzsche

jueves, 27 de mayo de 2010

El hombre navega

El hombre,

desde principios del mundo,

Navega en el tiempo.


Pero vemos sólo el barco y la niebla que viste un paisaje sin mar.


Nuestros ojos son un farol

que alumbra

modestamente

nuestro paso.


Nuestros cantos nos guían en la oscuridad.


Ocupamos nuestro tiempo en el timón,

en nuestros congéneres,

en nuestros placeres mundanos.


Pero existen llaves.

Muchas llaves

parecen abrir puertas

que comunican

directamente al mar.


Las olas del tiempo arrastran a aquel que se atreva a naufragar en ellas.


El piso se transforma

y palpita en vida.

Los colores hacen alarde

de su viva claridad.

Mis ojos son cristal,

a punto de estallar;

mi corazón comienza a ver

la realidad de los sueños.


Un niño se asusta

y decide

jugar

tranquilamente

en la orilla de ese abismo.

Decide esperar

y crecer un poco más.


Preocupados por el barco,

y nuestra continuidad en este mundo,

navegamos por el tiempo,

sin rumbo.


A veces creemos saberlo todo,

pues creemos que el secreto

se encuentra en el timón.

Pero el secreto del mar es que no tiene secretos;

aguarda, expectante nuestra llegada.


El mar es un mundo lleno de vida.

martes, 25 de mayo de 2010

Leonel (Por Nicolás Ayala)

leonel

esto es lo que yo y leonel alassios le decimos al mundo, este es el legado que queremos dejarle a la humanidad, el motivo por el cual queremos ser recordados, el manifiesto que deberá escribirse en nuestras tumbas, el grano de arena de cultura que aportamos a la sociedad y al mundo para que el ser humano pueda seguir su linea de progreso y evolución, el aporte que humildemente le hacemos los latinos a los gloriosos estados unidos de america, la frase que desearíamos fuese envíada al espacio como simbolo de lo que es la humanidad en caso de que algún día seres de otro planeta puedan leerla, las palabras que nos hacen salir lagrimas y que nos hinchen de orgullo y que recitaremos ante los ojos de nuestros camaradas en el momento en que tengamos un microfono delante, nuestra interpretación acerca de el movimiento que ha hecho la humanidad desde el momento en que según el tipo que escribió 2001, o mejor decimos de stanley kubrick, el director ese, el simio tomó el hueso porque descubrió que lo hacía más fuerte, o sea nuestra interpretación del progreso de la humanidad y todo el legado cultural que deja el hombre detrás de si:

(SEA TAN AMABLE DE BAJAR SU MIRADA HASTA LO QUE AHORA YA DEBE HABER VISTO)




JA JA JA JA JA!!!!!!
JA JA JA JA JA JA J AJ AJ AJA JA JA JAJA JA JA JAJAJAJAJAJ!!!!!!!!!!!!!!
JAAAAAAAAAA! JAAAAAAAAAA! JAAAAAAAAAA!!!!!!!!






Ayala, Nicolás (s.f.) Obras Excogidas. Inédito, Montevideo.

miércoles, 28 de abril de 2010

Stephen Jay Gould y el problema de las estadísticas




La media no es el mensaje

En su artículo “La media no es el mensaje” Stephen Jay Gould, biólogo especializado en paleontología y conocido divulgador científico, nos transmite a través de su experiencia personal contra el cancer, algunas cuestiones básicas a la hora de interpretar estadísticas. En los años 80 le fue diagnosticado un cancer no muy común, denominado mesotelioma abdominal, una enfermedad muy agresiva y de muy mal pronóstico. Gould cuenta el momento en el que se entera de la noticia y cómo rápidamente comienza a indagar sobre la enfermedad para poder afrontar su futuro destino.

Uno de los primeros datos estadísticos que encuentra es que la vida media de los enfermos es de ocho meses. Ahora bien, para un lego la opinión común sería pensar que le quedan ocho meses de vida; pero Gould, al ser un científico familiarizado con el manejo de herramientas estadísticas, sabía que la media por si misma no era suficiente para analizar su caso individual, sino que era un dato más, que indica una propiedad de la población y no del individuo. En términos de Samaja todo tratamiento estadístico implica el paso de un cierto nivel de análisis a su contexto, haciendo que éste contexto se transforme en la nueva unidad de análisis, desplazándonos de un nivel a otro superior. El valor promedio no nos dice nada de lo esperable en un caso particular. De allí que Gould use –siendo conciente o no de ello- la media como valor contextual de la unidad de análisis de la matriz central, para la interpretación del caso que le atañe, y que no es otro que él mismo, como sujeto que padece una enfermedad particular.

Tomando entonces la media como un dato contextual y no del individuo, Gould comienza a analizar otras variables y atributos implicados en su problema. Comienza a descubrir que son de buen pronóstico determinadas cualidades individuales, tales como la respuesta activa al tratamiento, la actitud positiva y de lucha, todas cualidades que bien pueden atribuirse a su persona. Por otro lado en la curva estadística gran parte de los casos estaban apretujados entre los 0 y 8 meses en tanto a la derecha se extiendían por años. Por lo que si su caso se situaba en aquellos valores, su esperanza de vida se acrecentaba considerablemente. Y efectivamente, Gould poseía todas las características de aquellos individuos con más alta probabilidad para una vida más larga: era joven, la enfermedad le había sido diagnosticada tempranamente, iba a recibir uno de los mejores tratamientos. A su vez, y tomando en cuenta que la curva en cuestión es producto de una población acotada en un tiempo y un espacio, si las circunstancias cambiaban la distribución iba a cambiar, ya que toda muestra es el producto de una extracción dentro de una población en un tiempo y lugar determinado. De hecho y como final feliz de esta historia, el tratamiento experimental al que Gould se sometió formaría parte de ese cambio de circunstancias, lo que concluyó posteriormente en su recuperación, viviendo veinte años más. Gould murió en el 2002 de un cancer cerebral sin relación alguna con el mesotelioma abdominal que padeció durante principios de los 80.


Contra la herencia platónica

Rompiendo con lo que Gould denomina una “herencia platonica” de buscar lo esencial e inmutable, y entendiendo “…las medias y las medianas como ‘realidades’ duras, y la variación que permite su cálculo como un conjunto de mediciones transitorias e imperfectas de una esencia oculta”, Gould pasa al análisis de su caso en relación a su ubicación dentro de esas variaciones, dado que “la variación es la dura realidad y no un conjunto de medidas imperfectas de una tendencia central. Medias y medianas son las abstracciones”.

Si bien es un planteo interesante, en última instancia podríamos criticar su distinción entre la variación como “realidad” y las medias y medianas como “abstracciones”. Se trataría de una dicotomia tan falsa como la platónica, pero en forma invertida. Tanto la variabilidad como las tendencias centrales son abstracciones, asi como también son reales, en el sentido que ambas son realidades, en tanto toda realidad está compuesta por datos, y éstos datos son el resultado de un producto realizado a través de procedimientos operacionales, de esquemas de asimilación, de una dialéctica entre lo conceptual y lo empírico que nos permite modelar, conocer y actuar sobre la realidad. Desde un punto de vista genético-constructivo lo empírico y lo abstracto serían momentos interrelacionados en el proceso cognitivo, y sólo pueden ser disociados si los escindimos de su devenir histórico o procesual y caemos en lo que Hegel denominaba “caída en la inmediatez”.

El problema entonces no sería cuál es abstracto y cual es real, sino cuál es la metodología, cuál es el proceso y el diseño, cuál es la dialéctica entre nuestras ideas y el campo empírico al que apuntan las mismas: cómo conceptualizamos, cómo operacionalizamos, cómo “medimos”, cómo interpretamos. Todas éstas diferencias se relacionan con la cuestión general del método, sea científico, de la tenacidad, de la autoridad o de la metafísica, al decir de Peirce. Entendiendo el problema de esta manera, nuestra perspectiva escapa de una posible “ingenuidad cuantitativa”, así como a la crítica extrema que han sufrido las estadísticas y las técnicas cuantitativas por parte de ciertos defensores del método cualitativo (1).


El sujeto no es sólo el individuo

Más allá de estas disquisiciones metodológicas y epistemológicas, en el caso que nos trae Gould podemos diferenciar dos sujetos, cuya discriminación resulta de suma importancia a la hora de interpretar los datos. Por un lado el sujeto individual (en este caso el mismo S. J. Gould como caso de estudio), por otro la población en tanto sujeto, con sus respectivos atributos. Siguiendo a Samaja, tanto el sujeto individual como la población son una totalidad compuesta; cada uno de ellos es un conglomerado de elementos que se disponen en un conjunto ordenado, configurando un nivel superior como un todo, que se estabiliza y adquiere patrones propios de acción y relaciones con otros todos para luego configurar una totalidad de orden superior, una nueva entidad irreductible a sus partes. Se trata entonces de totalidades compuestas por partes, sobre las que se ejerce un trabajo normalizador; este pasaje en el que una sustancia pasa a formar parte de otra sustancia, Hegel lo denominaba “aufhebung” y consiste en tres movimientos: supresión (de su autonomía), conservación (de su fundamento entitativo) y superación (en una sustancia superior).

Existirían entonces muchos tipos de sujetos: el individuo orgánico, la comunidad, el estado, la sociedad civil. Todos ellos son sujetos genuinos en tanto ninguno es poseedor de una ontología original o una genuina sustancia (2), sino que todos están compuestos por relaciones e interacciones, y todos son comunidades en relativa dependencia (3). Según Samaja la distinción entre colectivos e individuos es arbitraria, pues todo colectivo puede ser concebido como un individuo y viceversa. Samaja propone sustituir la relación colectivo-individuo por la dialéctica sistema-suprasistema-subsistema.


Mentiras estadísticas

Comprender donde está ubicado determinado dato –y hablamos no sólo de la media sino de cualquier dato en particular- es esencial a la hora de interpretarlo y de sintetizarlo o vivificarlo en el conjunto de datos y conceptos que reconstruirán el objeto de estudio. Y dado que el tratamiento y análisis de datos involucra siempre una compleja serie de operaciones, el reduccionismo siempre es proclive de ser usado retóricamente, para causar efectos persuasivos en determinados ámbitos de comunicación.

Como nos dice Gould, un político en el poder puede jactarse de que el promedio de ingresos el último año es considerablemente alto, mientras que el político opositor le recrimina –mediana de por medio- que sin embargo la mitad de la población tiene ingresos muy bajos. Creemos el problema de las “mentiras estadísticas” de Mark Twain no es un problema de la técnica en cuanto tal, ya que si se toman los recaudos metodológicos respectivos, muestran ser herramientas muy útiles y se pueden reducir los sesgos considerablemente.

Se trata más que nada del problema de su uso bajo determinados intereses y formas retóricas que intentan beneficiarse de determinado capital político o económico, a través del uso de un saber legitimado que se expone como científico, pero en una forma reduccionista, a través de clichés como “se ha demostrado que…” (por ejemplo, cuando una enfermedad mental resulta ser “nada más que” un desbalance entre neurotransmisores), o de relaciones causales sencillas (por ejemplo, entre el promedio de ingresos y la calidad de vida). Como decía Bertrand Russell, mientras el hombre de ciencia con el tiempo ha abandonado progresivamente las certezas absolutas, es el hombre de la calle quien comienza a abrigarlas, pensando en ellas como el producto característico del saber científico (4). Y este tipo de situación permite entonces la manipulación de la opinión pública a través de certezas dictaminadas como “dogmas cientificos”. De esta manera comienzan a disfrazarse muchas creencias bajo los ropajes de la ciencia, desde el uso retórico de estadísticas, hasta saberes ligados a la religión (tómese como ejemplo las prácticas asociadas al “new age”, el yoga, los chacras, el reiki, etc, que utilizan la formula “está demostrado científicamente”, para muchas de sus creencias).


Notas

(1) Con la pérdida de la hegemonía de la “concepción heredada” (basada en el neopositivismo vienés y en la sociología cuantitativa), y la popularización de los métodos “interpretativos”, comienzan en la década de los 60’ a ser criticados los métodos estadísticos, considerados como meras abstracciones que “cosifican al ser humano”, dedicados a la medición, y a problemas del orden del mercado y del capital, y distanciados de la experiencia interna del ser humano mediante una falsa objetividad. Los cualitativos eran a su vez acusados de no científicos y de carecer de una metodología confiable. Actualmente muchos autores creen que la división entre ambos métodos es banal, incorrecta, ambigua, retórica; en suma, que no es adecuada y debería abandonarse. La validez y compatibilidad de ambos métodos parece ser bastante aceptada, principalmente con la llegada del “argumento técnico”, que concibe la utilización y combinación de distintos métodos y técnicas, de acuerdo a las necesidades de cada investigación en particular.
(2) “No aceptar este tratamiento igualitario importa crear un problema insoluble, a saber: ¿cuál es el individuo que tiene el exclusivo privilegio de ser considerado ‘genuino sujeto”, “genuina sustancia”: ¿los metazoarios? ¿los protozoarios?, ¿las moléculas?, ¿los átomos? ¿las partículas subatómicas?... ¿y en que nivel nos detenemos? Frente a esta aporía que crea la pregunta por LA SUSTANCIA GENUINA, surge la antítesis relativista que levanta como bandera el antisubstancialismo, es decir, el puro relativismo: no hay sustancias, sólo hay relaciones o interacciones entre (pseudo) términos relativos. En la realidad no hay autonomías: sólo hay mutuas dependencias” (Samaja, J. Los Caminos del Conocimiento. En: Semiótica de la Ciencia, Inédito. 2003:27)
(3) “Entre las sustancias del universo no hay, entonces, ni completa inherencia (pura unidad o pura discontinuidad), no completa dependencia (pura multiplicidad o pura continuidad). Hay comunicación, porque el universo está compuesto de comunidades, es decir, de sustancias relativas y de relativas dependencias. De discontinuidades y continuidades. Algo es sujeto, en una cierta relación. En otra relación es atributo. Algo es sustancia en cierta relación. En otra relación es accidente” (ibid., 28)
(4) “Es un hecho curioso que cuando justamente el hombre de la calle ha comenzado a creer del todo en la ciencia, el hombre de laboratorio ha comenzado a perder su fe en ella. Cuando yo era joven, la mayoría de los físicos no abrigaban la menor duda de que las leyes de la física nos proporcionan una información real sobre los movimientos de los cuerpos, y de que el mundo físico se compone realmente de las clases de entidades que aparecen en las ecuaciones de la física. Bien es verdad que los filósofos pusieron en duda esta opinión desde los tiempos de Berkeley; pero como su crítica no se aplicó nunca a ningún punto concreto en el campo de la ciencia, pudo ser ignorada por los científicos, y de hecho fue ignorada. Hoy día, el asunto es muy diferente: las ideas revolucionarias de la filosofía de la física han venido de los propios físicos y son el producto de experimentos cuidadosos. La nueva filosofía de la física es humilde y balbuciente, mientras que la antigua filosofía era orgullosa y dictatorial” (Russell, B. El panorama de la ciencia. Editorial Ercilla S. A., Santiago de Chile. 1988:35).









viernes, 25 de diciembre de 2009

Feliz Navidad!


Como todos los años, aca mando una tarjeta de navidad para la gente. La idea es, como siempre, poder captar el espíritu navideño en su expresión mas pura, para hacer de este un mundo mejor!

lunes, 30 de noviembre de 2009

Ciencia, analogía y psicofármacos


Existía en Atenas, así como en muchas ciudades griegas, un ritual anual en el que se purificaba a la comunidad de las faltas acumuladas. El ritual se llamaba pharmakos, y era realizado a través del pharmakoi o “chivo emisario”, persona en la que se depositaban el conjunto de calamidades y aspectos negativos de la comunidad; receptáculo a través del cuál se expulsaban míticamente los fenómenos disruptivos y caóticos. Los dos pharmakoi elegidos eran paseados por toda la ciudad, con un collar de higos en su cuello. Se les golpeaba con cebollas y otras plantas y luego se les expulsaba; también podían ser en algunos casos incinerados o lapidados. Se les elegía de entre aquel conjuntos de seres extraños y desviados de los cánones sociales: ladrones, deformes, borrachos, inmorales. De esta manera se purificaba (katharsis) a la ciudad de aquel desorden que la aquejaba. El pharmakoi era entonces un individuo peligroso, en tanto era aquel que llevaba consigo la macula de la falta, las impurezas tan temidas, engendradoras de caos y trastocadoras del orden de la polis. Pero, por otro lado, era a su vez posibilidad de curación, de purificación; era el mecanismo social por la cuál la sociedad se curaba así misma.

Dicha relación es posteriormente trasladada por analogía desde el campo de los seres humanos como sujetos –el pharmakoi como “chivo emisario”- al campo de los objetos medicinales. Esto implica que determinadas sustancias poseen la ambivalente propiedad de ser tanto cura como veneno. Surge entonces a través de figuras como Hipócrates la noción de fármaco en forma desantropomorfizada, y sus propiedades malignas o benignas requerirán entonces no una manipulación cualitativa (ritual, simbólica) sino cuantitativa (del orden de la cantidad, de la administración de la dosis). Pasamos entonces de un registro religioso, tradicional, relativo a símbolos y sujetos, a uno científico, experimental, relativo a relaciones causales y objetos.


Hagamos un salto en el tiempo bastante largo. A fines del siglo XIX se sintetizan los compuestos fenotiazínicos, utilizados como tintes sintéticos. En los años treinta comienzan a utilizarse como insecticida, afectando la enzima acetilcolinesterasa, blanco por excelencia de los gases nerviosos, que producen contracciones musculares a nivel general. Se trata de un veneno, sumamente útil para pequeños animales. A fines de los 30 algunos científicos comienzan a utilizar un derivado fenotiazínico como antihistamínico y sedativo, la prometazina. Se trata entonces de un fármaco en el sentido que dimos anteriormente, en tanto posee utilidades medicinales y es a su vez un potente veneno, de acuerdo a una relación cuantitativa entre la dosis de sustancia, y el tamaño corporal del ser vivo que se expone a ella.

Sin embargo estos compuestos no resultaban efectivos en el tratamiento de los pacientes psiquiátricos. En la búsqueda de nuevos compuestos útiles se sintetiza en los años 50 la clorpromazina, cuyas propiedades neurolépticas, la diferenciarían de las propiedades hipnóticas y anestésicas de sus familiares anteriores. En 1952 Delay y Deniker comienzan a utilizarla en el tratamiento de las psicosis. A fines de la década de los 50 Janssen sintetiza el haloperidol, y en los años 60 Carlsson y Lindquist descubren su relación con la dopamina. Estos serían los comienzos de la psicofarmacología moderna: a partir del descubrimiento de la clorpromazina, y luego de su asociación con la dopamina como neurotransmisor (más específicamente con el bloqueo de los receptores dopaminérgicos D2), se desencadenan una oleada de investigaciones que llevan al desarrollo de la psicofarmacología como campo interdisciplinario, así como a toda una industria farmacéutica de producción en masa en torno a ella.


Cuando se comienza a utilizar la clorpromazina en pacientes se observan distintos efectos, algunos similares a los del Parkinson; efectos nocivos que se llegan a postular como prueba de su utilidad. Se postula en ese entonces que la manifestación de estos síntomas serian consecuencia de la efectividad del tratamiento. O sea, lo que vemos aquí nuevamente es la noción del fármaco como veneno y cura. ¿Cómo podría curar el neuroléptico si no causara algún tipo de efecto dañino, doloroso, del orden del envenenamiento? La cura es un envenenamiento leve, una especie de quimioterapia cerebral.

Ahora bien. ¿Puede darse el caso en el que la analogía introduzca en su pasaje de un registro a otro ciertos valores, haciendo que determinadas concepciones del orden de la significación se naturalicen y pasen a formar parte del orden de las cosas? En el ejemplo de las enfermedades mentales vemos claramente la cosificación de determinados valores sociales; desde sus inicios la psiquiatría naturalizó las desviaciones de conductas –hábitos alimenticios, sexuales, comportamientos inadecuados- así como creencias –supersticiones y fenómenos antes adjudicados al animismo-, categorizando las mismas bajo el rótulo de “enfermedades”. Este movimiento analógico que va desde la enfermedad física, a la concepción de enfermedad mental como causa de un trastorno del orden de lo orgánico, produce nuevos dispositivos asistenciales para las desviaciones sociales, que muchos autores han alineado en continuidad con las anteriores prácticas medievales, anteriores a Pinel y su “liberación de los locos”. Por ejemplo Foucault analiza el pasaje de una sociedad del castigo a una del disciplinamiento y como al fin y al cabo ambos son sistemas en los que se ejerce una violencia institucional contra las desviaciones y anormalidades; Zsasz hablará del mito de la enfermedad mental y como bajo esta metáfora se pretenden naturalizar problemas sociales; Cooper hablará de la cosificación de las personas y de los entornos esquizofrenizantes.

El concebir la locura como enfermedad tuvo como positivo la naturalización de una gran cantidad de problemas, permitiendo su análisis y la búsqueda de nuevas soluciones. Pero, por otro lado, tuvo una gran consecuencia negativa, la naturalización de problemas del orden ético y cultural, de valores en torno a las nociones de normalidad y anormalidad, al dar un estatuto ontológico real, sustancial y objetivo, a cuestiones íntimamente involucradas con el orden de lo simbólico y subjetivo. Podríamos decir que el movimiento analógico en este caso particular arrastra consigo algunos inconvenientes, al transformar una ley de la tradición en una ley de la naturaleza, más allá de las posibilidades que abre en torno a cuestiones relativas al cerebro como órgano.

Vimos entonces como determinadas creencias mitológicas tradicionales sirven de modelo o estructura en la génesis de la noción de “fármaco” como sustancia que cura y a la vez puede matar. Aquí juega un papel esencial la analogía, como mecanismo mental esencial en el tan relegado “contexto de descubrimiento”. Recordemos como Popper consideraba este contexto como irracional, concerniente a una especie de intuición creadora bergsoniana, siendo el contexto de justificación el único abordable desde el punto de vista lógico y epistemológico. En el caso de Peirce el terreno de descubrimiento se relaciona con la abducción aunque, al no asociarse en forma explícita a la noción de analogía, termina relegando el mismo a una suerte de adivinación intuitiva. Lo que Juan Samaja sostiene es que la novedad surge cuando introducimos la analogía como aquella operación inferencial que permite crear nuevos modelos cognitivos, en nuestro caso el del fármaco como sustancia y el de la locura como enfermedad mental. A través de nuestro análisis del traslado por medio de la analogía de ambos modelos, vimos cómo la ciencia no está completamente aislada de otros tipos de saberes, sino que existen préstamos y comunicación entre distintos “métodos de fijación de creencias”.

La división y discontinuidad entre distintos tipos de saberes ha sido un rasgo frecuente en la historia occidental. Los griegos por ejemplo distinguían entre el saber popular o doxa -que carecía de verdadero valor- y el saber legitimado y verdadero, la episteme. Los saberes artesanales o tekhné, sufrieron siempre una ambivalencia valorativa, en tanto eran por un lado considerados inferiores en relación a la actividad contemplativa (caso de Platón), pero a su vez necesarios para las actividades diarias, así como para el embellecimiento de la polis.

La ciencia moderna produce a nivel “ideológico” una nueva relación de discontinuidad entre el sentido común y el saber. Un ejemplo claro es el Sol, que deja de ser quien se mueve en el cielo alrededor de la tierra (hipótesis más plausible desde la experiencia del día a día), para ser la tierra quien se mueve alrededor de éste. Desde el punto de vista demarcatorio surge entonces la noción de una brecha irreconciliable entre el conocimiento cotidiano de la tradición y el de la ciencia. El primero, basado en la autoridad y en el respeto por la tradición, las costumbres y los mitos, sería el opuesto a la fundamentación crítica, el escepticismo metodológico, la formulación de hipótesis lógicas y su contrastabilidad por parte de la comunidad de científicos .

Esta brecha metodológica es una de las cuestiones que aborda Charles Peirce, buscando justamente abordar el modo en que se articulan los distintos tipos de saberes y el valor o función que tiene cada uno de ellos para la vida. Sin extendernos demasiado en la cuestión, diremos que Peirce, y luego Samaja siguiendo al mismo, formula cuatro tipo de métodos para la fijación de las creencias:

1- el de la tenacidad: propio de la “intuición bergsoniana” o del instinto[1],

2- el de la autoridad, relativo a la vida en comunidad, y que Peirce relaciona con el Estado, en tanto Samaja relaciona con la tradición. Aquí ya están implicadas las relaciones intersubjetivas, así como la ley como terceridad que pauta en las relaciones y conflictos interpersonales.

3- el de la metafísica, que Samaja relaciona al Estado, pues sus leyes, a diferencia de las de la tradición, provienen del examen reflexivo y del debate público[2].

4- el de la ciencia, que Samaja relaciona con la Sociedad Civil. En este método de fijación de creencias, éstas últimas serían objeto público de debate, e involucran una instancia externa a todo sujeto, trascendiendo el logocentrismo del método metafísico, y utilizando el control empírico como pilar metodológico y la realidad como algo independiente a los designios humanos.

Los cuatro métodos no serían compartimentos estancos o escalones independientes el uno del otro, sino que, en su epigénesis y desarrollo, el surgimiento de un nuevo método se apoya y estructura en la base del anterior, para de esa forma superarlo pero sin anularlo completamente, sino integrándolo de manera orgánica. En nuestro caso vimos como la noción de fármaco, se apoya y modeliza en torno a saberes anteriores de corte mitológico tradicional. Desde una concepción positivista de la ciencia, dichos saberes serían una superstición inútil y falsa, estableciéndose una brecha irreconciliable entre ciencia y religión. Pero, desde una perspectiva constructivista o dialéctica, dicho saber es apropiado por la ciencia y reconceptualizado, a través de nuevas metodologías y concepciones.

Peirce analiza la ciencia desde una perspectiva pragmática, que no concibe el conocimiento como algo abstracto y relativo a una verdad ahistórica, sino que busca situar la producción del mismo en su propia inmanencia, en su propio devenir histórico y social. En nuestro caso en particular vimos como determinadas nociones vinculadas a lo mítico y ritual, sirven como “materia prima” para una posterior elaboración conceptual científica de la noción de “fármaco”, que termina siendo fundamental en la historia de la medicina. La ciencia toma el modelo de las formas tradicionales; y si bien éstas siguen presentes en sus bases, lo hacen de una forma distinta, subordinada al método científico. Vemos la utilidad de la noción de fármaco, pero también veremos una gran cantidad de inconvenientes, principalmente en el terreno de la psicofarmacología.

El caso del traslado del modelo de enfermedad clásico a la concepción de la locura, sería algo así como un movimiento inverso; el modelo médico y científico se traslada al campo social, biologizándose problemas que exceden el campo de lo “natural”, dada la importancia de la cultura y los valores en la evaluación de las conductas, hábitos, afectos y pensamientos de los seres humanos. No decimos que dicha extrapolación no tenga utilidad alguna, sino que merece una revisión sistemática y puntual, dada la heterogeneidad de fenómenos que se agrupan en su campo, así como la multifactorialidad en la que se encuentra inmersa, y los problemas éticos a los que se enfrenta a la hora de justificar su relevancia social.


[1] Aunque quizás sería preferible decir, siguiendo a Freud, de la pulsión (trieb), en tanto el instinto (instinkt) sería una pauta fija sin mucho grado de plasticidad, y la pulsión sería ese monto de energía psíquica relativa al cuerpo y sus funciones, que puede modificarse por medio de la experiencia, tanto de forma cuantitativa (intensidad) como cualitativa (relación objetual).

[2] Por nuestra parte creemos que Samaja al nombrar estas características indiscrimina el estado de las polis griegas, con la noción de Estado en su concepción más amplia.