lunes, 15 de junio de 2009

Ungeheur



Ya era hora que las ideas se dejaran arrastrar.
Que las suaves comodidades sufrieran pérdidas,
y decantaran en sudor y escalofrío.

Por las noches,
sin ventanas,
que nos muestren el cielo y que tan pequeños somos,
es fácil retorcer los sueños que la humanidad nos ha otorgado.
Suplican aquellos por volver al principio de los tiempos,
a suaves caricias,
a bellos finales;
colmados de amor,
abrazos y sonrisas.

Entre tanto el frío entra por alguna rendija...

¿Acaso hay sueño alguno que no se resquebraje ante la mirada atenta de un ojo entrenado para efectuar la disección?

Un ojo cruel, diran ustedes, un ojo cruel.

Y así, al pasar la noche, mis ojos miran y destruyen,vacían todo. Lo dejan en cero;
mueren y son aplastados en el mismo paso que ellos dan.

Así me levanto, de una pesadilla que no me deja dormir.

Hace frío
y la luz tenue de la ciudad
ilumina el cuarto
con colores opiáceos.

Mi cerebro es como una maquina de escribir que nunca para
y que enchastra la hoja con tinta, hasta que las letras se pierden en el oscuro suelo.
El mismo suelo del que huían.
El mismo suelo que añoraban.

La tinta de mi voz,
la sangre
que brota de mis sueños,
el suelo
en el que poco a poco me hundo
y en el que de todas maneras
he de caminar.