jueves, 19 de marzo de 2009

Método, técnica y metodología


El término método es polisémico. Su etimología griega met- se podría traducir como “más allá”, que en combinación con odos=camino podría significar también “con”. Por lo que sería algo así como “camino con [el cuál]”. En su visión clásica, Descartes y Bacon, desde distintas posturas filosóficas, lo definen como un conjunto de reglas que cualquiera puede seguir para llegar al conocimiento verdadero. Dicho conjunto de reglas asume con el correr del tiempo connotaciones “pitagórico-platónicas”, en tanto serie de pasos inalterable que garantizan definitivamente el conocimiento científico. De todas maneras y a lo largo de la historia ha sido muy difícil precisar y concensuar dicha serie de pasos, tanto en ciencias sociales como en el ámbito positivista más duro. Pues al final de cuentas el método no es una serie inalterable de pasos, sino que implica un conjunto de elecciones y decisiones a tomar, con cierto grado de creatividad e incertidumbre. Es una estrategia general que pone en juego instrumentos conceptuales y operativos para abordar todos los niveles problemáticos posibles de un problema, por lo que requiere flexibilidad, reflexión y creatividad. Nos encontramos entonces con lo que Marcello Pera describe como la “Paradoja del método”: “La ciencia se caracteriza por su método, pero una caracterización precisa del método destruye la ciencia”.



El concepto de técnica tiene sus orígenes etimológicos en el concepto de techné, que para los griegos cubría un campo muy extenso de actividades como la escultura o carpintería. Se relacionaba con el oficio del artesano (de ahí el término latino de ars), así como su transmisión de padre a hijo. En suma, podemos decir que refiere a un “saber hacer” especializado, reglado y transmitido por determinado colectivo, si tomamos definiciones antropológicas amplias, como las del sociólogo italiano Gallino. En la práctica científica el término refiere al conjunto de procedimientos adquiridos por la ciencia para modificar o conocer algún aspecto de la realidad. Son procedimientos fuertemente estructurados, que adquieren una fuerte cuota de impersonalidad, en el sentido de que su aplicación está escasamente condicionada por las decisiones personales del investigador.

El sufijo logia implica un “estudio de”; la metodología sería la acción reflexiva que lleva a cabo el investigador para seleccionar un conjunto de métodos y técnicas que se adecúe mejor a los objetivos cognitivos propuestos. En tradiciones como la norteamericana, se acostumbra a usar methodology como sinónimo de técnica, olvidando la importancia de las decisiones metodológicas en el proceso de investigación. Este uso semántico es consecuencia de la fuerte tradición positivista estadounidense, cuya exigencia en torno a la objetividad ha dejado de lado la importancia del investigador en la toma de decisiones. Para que haya ciencia, debe haber investigación y no sólo aplicación tecnológica.

El investigador debe hacer metodología, en tanto su labor implica trazar el camino de la investigación de acuerdo a sus objetivos cognitivos, su objeto de estudio, el bagaje técnico con el que cuenta, el tiempo y los recursos disponibles. También debe apelar a la imaginación y buscar nuevas soluciones, nuevos caminos, modificar o crear nuevas técnicas. Es importante entonces no caer en la fetichización de las técnicas, volviéndonos irreflexivos frente a aquellos supuestos onto-gnoseo-epistemológicos que la sustentan, o bien caer en el polo opuesto, la pura reflexión teórica, sin conexión alguna con la realidad. La reflexión metodológica entonces debe construir un método adecuado, no sólo teniendo en cuenta la disponibilidad técnica, sino también problematizando el mismo conocimiento científico, haciendo de la vigilancia epistemológica -al decir de Bachelard- parte de la investigación, principalmente en las ciencias del hombre, donde la implicación del investigador es una parte fundamental del proceso.

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