miércoles, 28 de abril de 2010

Stephen Jay Gould y el problema de las estadísticas




La media no es el mensaje

En su artículo “La media no es el mensaje” Stephen Jay Gould, biólogo especializado en paleontología y conocido divulgador científico, nos transmite a través de su experiencia personal contra el cancer, algunas cuestiones básicas a la hora de interpretar estadísticas. En los años 80 le fue diagnosticado un cancer no muy común, denominado mesotelioma abdominal, una enfermedad muy agresiva y de muy mal pronóstico. Gould cuenta el momento en el que se entera de la noticia y cómo rápidamente comienza a indagar sobre la enfermedad para poder afrontar su futuro destino.

Uno de los primeros datos estadísticos que encuentra es que la vida media de los enfermos es de ocho meses. Ahora bien, para un lego la opinión común sería pensar que le quedan ocho meses de vida; pero Gould, al ser un científico familiarizado con el manejo de herramientas estadísticas, sabía que la media por si misma no era suficiente para analizar su caso individual, sino que era un dato más, que indica una propiedad de la población y no del individuo. En términos de Samaja todo tratamiento estadístico implica el paso de un cierto nivel de análisis a su contexto, haciendo que éste contexto se transforme en la nueva unidad de análisis, desplazándonos de un nivel a otro superior. El valor promedio no nos dice nada de lo esperable en un caso particular. De allí que Gould use –siendo conciente o no de ello- la media como valor contextual de la unidad de análisis de la matriz central, para la interpretación del caso que le atañe, y que no es otro que él mismo, como sujeto que padece una enfermedad particular.

Tomando entonces la media como un dato contextual y no del individuo, Gould comienza a analizar otras variables y atributos implicados en su problema. Comienza a descubrir que son de buen pronóstico determinadas cualidades individuales, tales como la respuesta activa al tratamiento, la actitud positiva y de lucha, todas cualidades que bien pueden atribuirse a su persona. Por otro lado en la curva estadística gran parte de los casos estaban apretujados entre los 0 y 8 meses en tanto a la derecha se extiendían por años. Por lo que si su caso se situaba en aquellos valores, su esperanza de vida se acrecentaba considerablemente. Y efectivamente, Gould poseía todas las características de aquellos individuos con más alta probabilidad para una vida más larga: era joven, la enfermedad le había sido diagnosticada tempranamente, iba a recibir uno de los mejores tratamientos. A su vez, y tomando en cuenta que la curva en cuestión es producto de una población acotada en un tiempo y un espacio, si las circunstancias cambiaban la distribución iba a cambiar, ya que toda muestra es el producto de una extracción dentro de una población en un tiempo y lugar determinado. De hecho y como final feliz de esta historia, el tratamiento experimental al que Gould se sometió formaría parte de ese cambio de circunstancias, lo que concluyó posteriormente en su recuperación, viviendo veinte años más. Gould murió en el 2002 de un cancer cerebral sin relación alguna con el mesotelioma abdominal que padeció durante principios de los 80.


Contra la herencia platónica

Rompiendo con lo que Gould denomina una “herencia platonica” de buscar lo esencial e inmutable, y entendiendo “…las medias y las medianas como ‘realidades’ duras, y la variación que permite su cálculo como un conjunto de mediciones transitorias e imperfectas de una esencia oculta”, Gould pasa al análisis de su caso en relación a su ubicación dentro de esas variaciones, dado que “la variación es la dura realidad y no un conjunto de medidas imperfectas de una tendencia central. Medias y medianas son las abstracciones”.

Si bien es un planteo interesante, en última instancia podríamos criticar su distinción entre la variación como “realidad” y las medias y medianas como “abstracciones”. Se trataría de una dicotomia tan falsa como la platónica, pero en forma invertida. Tanto la variabilidad como las tendencias centrales son abstracciones, asi como también son reales, en el sentido que ambas son realidades, en tanto toda realidad está compuesta por datos, y éstos datos son el resultado de un producto realizado a través de procedimientos operacionales, de esquemas de asimilación, de una dialéctica entre lo conceptual y lo empírico que nos permite modelar, conocer y actuar sobre la realidad. Desde un punto de vista genético-constructivo lo empírico y lo abstracto serían momentos interrelacionados en el proceso cognitivo, y sólo pueden ser disociados si los escindimos de su devenir histórico o procesual y caemos en lo que Hegel denominaba “caída en la inmediatez”.

El problema entonces no sería cuál es abstracto y cual es real, sino cuál es la metodología, cuál es el proceso y el diseño, cuál es la dialéctica entre nuestras ideas y el campo empírico al que apuntan las mismas: cómo conceptualizamos, cómo operacionalizamos, cómo “medimos”, cómo interpretamos. Todas éstas diferencias se relacionan con la cuestión general del método, sea científico, de la tenacidad, de la autoridad o de la metafísica, al decir de Peirce. Entendiendo el problema de esta manera, nuestra perspectiva escapa de una posible “ingenuidad cuantitativa”, así como a la crítica extrema que han sufrido las estadísticas y las técnicas cuantitativas por parte de ciertos defensores del método cualitativo (1).


El sujeto no es sólo el individuo

Más allá de estas disquisiciones metodológicas y epistemológicas, en el caso que nos trae Gould podemos diferenciar dos sujetos, cuya discriminación resulta de suma importancia a la hora de interpretar los datos. Por un lado el sujeto individual (en este caso el mismo S. J. Gould como caso de estudio), por otro la población en tanto sujeto, con sus respectivos atributos. Siguiendo a Samaja, tanto el sujeto individual como la población son una totalidad compuesta; cada uno de ellos es un conglomerado de elementos que se disponen en un conjunto ordenado, configurando un nivel superior como un todo, que se estabiliza y adquiere patrones propios de acción y relaciones con otros todos para luego configurar una totalidad de orden superior, una nueva entidad irreductible a sus partes. Se trata entonces de totalidades compuestas por partes, sobre las que se ejerce un trabajo normalizador; este pasaje en el que una sustancia pasa a formar parte de otra sustancia, Hegel lo denominaba “aufhebung” y consiste en tres movimientos: supresión (de su autonomía), conservación (de su fundamento entitativo) y superación (en una sustancia superior).

Existirían entonces muchos tipos de sujetos: el individuo orgánico, la comunidad, el estado, la sociedad civil. Todos ellos son sujetos genuinos en tanto ninguno es poseedor de una ontología original o una genuina sustancia (2), sino que todos están compuestos por relaciones e interacciones, y todos son comunidades en relativa dependencia (3). Según Samaja la distinción entre colectivos e individuos es arbitraria, pues todo colectivo puede ser concebido como un individuo y viceversa. Samaja propone sustituir la relación colectivo-individuo por la dialéctica sistema-suprasistema-subsistema.


Mentiras estadísticas

Comprender donde está ubicado determinado dato –y hablamos no sólo de la media sino de cualquier dato en particular- es esencial a la hora de interpretarlo y de sintetizarlo o vivificarlo en el conjunto de datos y conceptos que reconstruirán el objeto de estudio. Y dado que el tratamiento y análisis de datos involucra siempre una compleja serie de operaciones, el reduccionismo siempre es proclive de ser usado retóricamente, para causar efectos persuasivos en determinados ámbitos de comunicación.

Como nos dice Gould, un político en el poder puede jactarse de que el promedio de ingresos el último año es considerablemente alto, mientras que el político opositor le recrimina –mediana de por medio- que sin embargo la mitad de la población tiene ingresos muy bajos. Creemos el problema de las “mentiras estadísticas” de Mark Twain no es un problema de la técnica en cuanto tal, ya que si se toman los recaudos metodológicos respectivos, muestran ser herramientas muy útiles y se pueden reducir los sesgos considerablemente.

Se trata más que nada del problema de su uso bajo determinados intereses y formas retóricas que intentan beneficiarse de determinado capital político o económico, a través del uso de un saber legitimado que se expone como científico, pero en una forma reduccionista, a través de clichés como “se ha demostrado que…” (por ejemplo, cuando una enfermedad mental resulta ser “nada más que” un desbalance entre neurotransmisores), o de relaciones causales sencillas (por ejemplo, entre el promedio de ingresos y la calidad de vida). Como decía Bertrand Russell, mientras el hombre de ciencia con el tiempo ha abandonado progresivamente las certezas absolutas, es el hombre de la calle quien comienza a abrigarlas, pensando en ellas como el producto característico del saber científico (4). Y este tipo de situación permite entonces la manipulación de la opinión pública a través de certezas dictaminadas como “dogmas cientificos”. De esta manera comienzan a disfrazarse muchas creencias bajo los ropajes de la ciencia, desde el uso retórico de estadísticas, hasta saberes ligados a la religión (tómese como ejemplo las prácticas asociadas al “new age”, el yoga, los chacras, el reiki, etc, que utilizan la formula “está demostrado científicamente”, para muchas de sus creencias).


Notas

(1) Con la pérdida de la hegemonía de la “concepción heredada” (basada en el neopositivismo vienés y en la sociología cuantitativa), y la popularización de los métodos “interpretativos”, comienzan en la década de los 60’ a ser criticados los métodos estadísticos, considerados como meras abstracciones que “cosifican al ser humano”, dedicados a la medición, y a problemas del orden del mercado y del capital, y distanciados de la experiencia interna del ser humano mediante una falsa objetividad. Los cualitativos eran a su vez acusados de no científicos y de carecer de una metodología confiable. Actualmente muchos autores creen que la división entre ambos métodos es banal, incorrecta, ambigua, retórica; en suma, que no es adecuada y debería abandonarse. La validez y compatibilidad de ambos métodos parece ser bastante aceptada, principalmente con la llegada del “argumento técnico”, que concibe la utilización y combinación de distintos métodos y técnicas, de acuerdo a las necesidades de cada investigación en particular.
(2) “No aceptar este tratamiento igualitario importa crear un problema insoluble, a saber: ¿cuál es el individuo que tiene el exclusivo privilegio de ser considerado ‘genuino sujeto”, “genuina sustancia”: ¿los metazoarios? ¿los protozoarios?, ¿las moléculas?, ¿los átomos? ¿las partículas subatómicas?... ¿y en que nivel nos detenemos? Frente a esta aporía que crea la pregunta por LA SUSTANCIA GENUINA, surge la antítesis relativista que levanta como bandera el antisubstancialismo, es decir, el puro relativismo: no hay sustancias, sólo hay relaciones o interacciones entre (pseudo) términos relativos. En la realidad no hay autonomías: sólo hay mutuas dependencias” (Samaja, J. Los Caminos del Conocimiento. En: Semiótica de la Ciencia, Inédito. 2003:27)
(3) “Entre las sustancias del universo no hay, entonces, ni completa inherencia (pura unidad o pura discontinuidad), no completa dependencia (pura multiplicidad o pura continuidad). Hay comunicación, porque el universo está compuesto de comunidades, es decir, de sustancias relativas y de relativas dependencias. De discontinuidades y continuidades. Algo es sujeto, en una cierta relación. En otra relación es atributo. Algo es sustancia en cierta relación. En otra relación es accidente” (ibid., 28)
(4) “Es un hecho curioso que cuando justamente el hombre de la calle ha comenzado a creer del todo en la ciencia, el hombre de laboratorio ha comenzado a perder su fe en ella. Cuando yo era joven, la mayoría de los físicos no abrigaban la menor duda de que las leyes de la física nos proporcionan una información real sobre los movimientos de los cuerpos, y de que el mundo físico se compone realmente de las clases de entidades que aparecen en las ecuaciones de la física. Bien es verdad que los filósofos pusieron en duda esta opinión desde los tiempos de Berkeley; pero como su crítica no se aplicó nunca a ningún punto concreto en el campo de la ciencia, pudo ser ignorada por los científicos, y de hecho fue ignorada. Hoy día, el asunto es muy diferente: las ideas revolucionarias de la filosofía de la física han venido de los propios físicos y son el producto de experimentos cuidadosos. La nueva filosofía de la física es humilde y balbuciente, mientras que la antigua filosofía era orgullosa y dictatorial” (Russell, B. El panorama de la ciencia. Editorial Ercilla S. A., Santiago de Chile. 1988:35).